Sígueme

Era otoño y lo recuerdo como si fuese ayer. Me vienen a la cabeza las tardes paseando sobre aquel tapiz de hojas en el que se convertía el suelo cada vez que llegaba el final de septiembre.

Y cada paso que daba, aquel inquietante chasquido me acompañaba. Caminaba solo entre los árboles de aquel parque, como he hecho tantas veces. El atardecer anaranjado me recordaba que tenía poco tiempo para que anocheciese, así que aceleré mi marcha de vuelta a casa.

Aquella noche salí. Era un sábado de octubre, así que había que aprovecharlo. En pocos minutos pasé de entrar en casa a cambiarme a salir duchado y vestido, preparado para otra larga noche.

Llevaba algo más de un año sin encontrar un verdadero amor y eso era lo que necesitaba pero a la vez, extrañamente, lo rechazaba. Cuando cortamos, cuando cortó conmigo la chica que me ha perturbado el sueño durante un largo año, decidí tomarme un tiempo sin nadie, andar entre la nieve, las flores o las hojas, daba igual que fuese invierno, primavera, verano u otoño, solo, yo solo, como creía que estaba mejor, pero sin querer y sin saberlo me estaba mintiendo a mi mismo.

Durante ese periodo de tiempo, durante ese tedioso pero necesario año, me aislé, aderezando mi añorada soledad con una pequeña dosis de amigos. Y allí estaba, en nuestro lugar, donde todos los viernes y los sábados solíamos quedar para ir a dar una vuelta o para echar un billar, pero aquel día todo fue diferente...

Llegamos a nuestro bar, allí entre la oscuridad y la suave música de fondo, relatábamos las últimas aventuras o nos contábamos nuestras confidencias, pero sea como fuere la forma de comenzar la conversación, siempre acabábamos hablando de chicas o de fútbol, hasta que todo degeneraba de tal forma que optábamos por irnos a otro sitio.

Aquella noche bromeamos y reímos como cualquier otra. Todo iba según lo planeado, hasta que decidimos cambiar de rumbo y por un extraño juego del destino acabamos en la siniestra puerta negra de aquel bar.

Entramos. Por un momento, la espesa negrura de aquel lugar hizo que no viésemos nada, pero tras unos segundos de acomodo, los ojos empezaron a funcionar como debían. Nos sentamos al fondo del bar, en una mesa libre repleta de vasos sucios con restos de una bebida que, desde luego, no parecía agua.

Y entonces surgió, un amigo y yo mismo empezamos con la típica broma de los sábados por la noche y, cuando una pregunta comienza por “¿A que no hay...?” El desenlace nunca suele ser del todo bueno.

Y ese día tocó retarnos a un duelo. ¿Quién sería capaz de ligarse a más chicas en toda una noche? Y nos dividimos y no supe más de él o de mis amigos en toda la noche.

Entré a dos chicas que estaban en la barra de aquel bar, apoyadas con una cerveza en la mano. Me gustó mucho la de la derecha. Era alta, llevaba tacones, su pelo moreno la caía hasta llegar a sus hombros y su mirada penetrante hizo que sintiese algo que jamás me ha vuelto ha pasar. Cuando sus ojos se clavaron en los míos, una extraña sensación de frío me rasgó la espalda, como si alguien deslizase un hielo, recorriendome el cuerpo de arriba a abajo. Y palabra tras palabra me fui olvidando de la apuesta que había hecho escasos minutos antes.

No consigo recordar cuando huyó su amiga. He intentado forzar mi memoria para averiguar el momento justo en el que su sombra se deslizó y se perdió entre oscuridad y la gente de aquel bar, pero todos los intentos y todo mi esfuerzo han sido en vano.

Llegó un momento de la noche, después de llevar más de una hora conversando acerca de nuestras pasiones y desventuras la agarré de la mano derecha y la arrastré hasta la salida.

Anduvimos un rato entre botellas rotas y besos de quita y pon, entre romances de unas horas y esperanzas perdidas. Era aún sábado por la noche, aunque ya se empezaba a confundir con el domingo por la mañana y aquello no era más que el comienzo de una larga resaca.

Nos sentamos en un banco de una céntrica plaza. Estaba cansada de caminar y los tacones ya habían empezado a dejar huella en sus talones.

Bajo la estrellas, desoyendo los ecos lejanos de otra noche de fiesta sin leyes, me acerqué lentamente a ella, con un cierto cuidado, por miedo a que se deslizara y se escabullese rápidamente de mi. Pero sin embargo esperó. Cerró los ojos y se dejó llevar por la locura que reina los sábados por la noche y por el desenfreno causado por el alcohol, pero había algo en ella que me decía que quería algo más que un romance casual, un amor de ida y el olvido de vuelta.

Entonces fue cuando caí en la cuenta, mientras besaba aquellos labios que significaron mi salvación y mi redención, fue mi punto y aparte, me olvidé de lo que había pasado durante ese año, porque... Ella era la luz que necesitaba, una pequeña llama resplandeciente entre la oscuridad que, lejos de apagarse, me indicaba la salida de mi particular infierno.

Y aquel día mi amigo consiguió vencerme... Pero yo gané algo que aún no he perdido y que es mi tesoro más querido.... yo la conseguí y no sé que será de mi si ella me falta... Aunque me puedo hacer una idea. Mi futuro sin ella estaría abocado al más largo de los olvidos, estaría andando perdido por mi propia vida, vencido y derrotado entre las paredes grises de un largo y oscuro túnel llamado soledad.

Dani Rivera

"Vacío, como un túnel sin tren expreso..."
PRIMERA PARTE : UN BREVE "TE QUIERO".

Habían pasado dos largos años en mi vida y todavía la sigo recordando. Cada vez que estoy solo, tumbado en la cama en mi habitación, sin nada mejor que hacer que pararme a reflexionar, a hablar conmigo mismo, el recuerdo al que más temo siempre regresa...

Parece que fue ayer y ya han pasado dos años. Estaba esperando al bus en aquella parada en frente de la Universidad, con mis apuntes, recopilados y ordenados adecuadamente en mi mano derecha. Una moto para a escasos metros de donde estaba. Una chica de pelo moreno y mirada profunda, se apeó de la scooter y se quitó delicadamente su casco rosa.

No recuerdo el por qué lo hice, pero ¿acaso el amor entiende a razones? Solo sé que me enamoré en cuestión de segundos. Y no pude apartar la mirada de su cara, quería, si, porque me temía que alguien o incluso ella misma se diese cuenta de que la estaba observando furtivamente, pero en lo más profundo de mi interior algo, no sé el qué, me impedía dejar de hacerlo.

Y sucedió lo que creí que sucedería, se giró bruscamente y no me dió tiempo a fijar mi vista en otra parte, durante unos segundos que me parecieron horas, nos miramos fijamente. Una sensación extraña me recorrió la columna vertebral, era como si sus profundos ojos marrones me estuviesen analizando, parecía como si ella supiese lo que estaba pensando y, lentamente, se fue acercando hacia mí.

Tras los dos besos de cortesía y las oportunas presentaciones empezamos a hablar, mi mente apenas puede recordar sobre qué tema o lo nervioso que estaba. Y los vagos recuerdos que aún conservo de aquellos minutos me conducen unas semanas después.

Terminamos siendo amigos, muy buenos amigos,juntos pasamos los buenos y los malos ratos, compartimos risas y llantos, horas de estudio y películas de cine. Jamás me atreví a decirla lo que sentía por ella, preferí tener una amiga a arriesgarme a perderla así que oculte mis sentimientos y me tragué mi orgullo, si hubiese sabido lo que ocurriría después, quizás nunca hubiese hecho esto último. Pasaron los años, los dos famosos años y yo aún seguía siendo el guardian de sus secretos más íntimos pero algo cambió...

Llevaba tiempo notándola rara, quizás desde hacía dos semanas más o menos, no nos veíamos desde hace tiempo y casi apenas hablabamos. Nunca he llegado a comprender que la pudo pasar, si acaso fue algo mío que la molestó, pero su punto de vista hacía mi, su mejor amigo, cambió radicalemente.

Me olvidó, ahora estoy seguro de que lo hizo, empezó a salir con un grupo de chicos y de chicas algo mayor que ella y hasta ahora.

Hacía un mes que no la veía, que no la veía, pero es curioso porque la sigo queriendo, aún más si cabe que la primera vez que la vi y sin embargo...

Me sentía tan sólo, no tenía a nadie ¿merece la pena seguir cuando me han quitado todo lo que me importa?

Decidí olvidarme de ella, salir a aguar mis penas entre litros de alcohol, entre chicas que me quisiesen o que, al menos, me hiciesen no recordar.

Diez horas después de haber empezado otra larga noche, estoy en mi cama, en una residencia de estudiantes que hace ya tiempo que se convirtió en mi hogar. A mi lado, una chica, preciosa, quizás más bella que la chica del casco rosa, creo que voy por buen camino, porque ya ni siquiera la llamo mi mejor amiga...pero...

Siempre hay un pero, por muy guapa que sea la chica con la que comparto generosamente mi cama, no la olvido... ¡ No la olvido ! ¿Si yo no soy capaz de hacerlo como ella si que pudo? ¿Quizás es que me tenía poco cariño? ¿Quizás jamás la importé?

Y ahora, poco a poco, me voy consumiendo, sin ella, sin la chica a la que nunca volví a ver...

Y durante muchos años me pregunté porque no fui capaz de decirselo, porque no fui capaz nunca de pronuciar un breve: "Te quiero."

SEGUNDA PARTE: LÁGRIMAS DE SOLEDAD.

En cada paso de cebra, a cada autobús que subo, a cada bar que entro, en cada momento, la busco.

Cuatro años hacen ya que no la veo, cuatro largos y vacíos años sin ella, en los que irremediablamente han pasado tantas cosas... Sigo solo, contentándome con tener una mujer cada noche que me caliente la cama, una ayuda para dejar definitivamente de recordarla. Todas las noches, con cada amanecer, me asalta una duda "¿ Qué habrá sido de ella?" me pregunto.

Acabé la carrera, mi amarga carrera de historia y me puse rápidamente a buscar trabajo, en parte me daba igual de que, tan sólo quería alejarme de mi ciudad rápidamente para que su fantasma no me volviera a perseguir , en un golpe de azar y fortuna a partes iguales, encontré uno que se ajustaba perfectamente a mis peticiones.

En pocos días me trasladé a vivir a Inverness, capital del condado escocés de Highland donde requerían mis servicios en el museo de la Batalla de Culloden, así que presto a salir por patas de España, huí sin importarme nada, corriendo, tratando de dejar atrás el fantasma del pasado.

La primera vez que regresé a mi ciudad, a Valladolid fue cuando mi apretada agenda me dió un respiro, casi un año después de sumergirme en mi aventura gaélica. Recuerdo subirme a un bus ya en mi ciudad y en un viejo tick de mi juventud, miré hacia el interior, tratando de encontrarla.

"Estúpido" me dije, y me obligé a mi mismo a mirar hacia otra parte.

Bajé del bus en la parada de aquel centro comercial que me traía tan buenos recuerdos. Allí solía quedar con mis amigos o con la novia, por allí solía pasar a la ida y a la vuelta del colegio, nada había cambiado, todo seguía igual, imperturbable aún por mucho que pasase el tiempo.

Crucé por aquel paso de cebra y comencé a jugar a un juego infantil con le que solía divertirme cuando vivía allí. Miraba a cada persona a los ojos, a cada hombre o mujer que pasaba a mi lado, y trataba de reconstruir su vida, sus alegrías y sus penas, sus aciertos y sus errores.

He de admitir que nunca supe si alguna vez acertaba o si fallaba todas, porque jamás me paré a preguntar, pero me lo pasaba bien creyendome el niño que fui.

Me centré en un ejecutivo, traje caro de doble botonadura, reloj de pulsera no precisamente barato y cartera de piel, sin embargo, su mirada decía lo contrario de lo que dejaba entreveer su aspecto, se sentía mal, quizás sólo, estaba triste por algo o por alguien y es que, con el tiempo aprendí, que las apariencias si engañan, y mucho.

Zigzagueé con la mirada, buscando mi próximo objetivo. Iba descartando a las personas que me parecían menos importantes. Y escogí a una chica de pelo moreno y mirada profunda...

La miré, fijamente, a sus hermosos ojos dorados. Esos ojos... esos ojos me recuerdan alguien que fue y que ya no es... Aquella mirada... como si detrás de sus pupilas se escondiese un profundo océano bañado por el sol del atardecer que hace destellear la superficie del agua invadiendo una playa con reflejos dorados...

La tendría a cinco metros de distancia y se iba acercando poco a poco, paso a paso... Una caprichosa lágrima cruzó en aquel momento su rostro, de arriba a abajo, perdiéndose al caer al suelo...

Estaba tan cerca de ella... Un metro, un escaso metro, alcé mi mano derecha y la toqué sutilmente el hombro, ella me miró, de lleno, a mis ojos y recordamos una bonita tarde de verano. Por aquel entonces yo tenía todos mis apuntes cuidadosamente ordenados en mi mano derecha y ella se acababa de desprender elegantemente de su casco rosa...

Me sumergí en una vorágine de recuerdos sin control, hasta que ella me sacó de allí. También se había dado cuenta de quién era y, como aquella lejana tarde de hacía seis años, nos dimos los dos besos de cortesía, aunque prescindimos esta vez de las presentaciones, porque ya nos conocíamos muy bien.

La invité a un bar del que apenas recuerdo el nombre "Sí o sí" creo. Nos sentamos y poco a poco, palabra tras palabra, nos fuimos volviendo a conocer.

Me contó lo que en cada amanecer deseaba saber. Abandonó su carrera de Comercio en la Universidad y huyó lejos con su novio de aquel entonces, el típico macarra de chupa de cuero y corazón vacío. Quería cambiar, dejar todo atrás y afrontar una nueva vida sin apenas responsabilidades y la perdió todo, sin ganar nada. Poco tiempo después su novio se largó y ella se quedó sola, y así hasta ahora...

Y allí estabamos los dos, dos historias muy diferentes pero con un comienzo en común. Dos formas distintas de vivir la vida y ahora, de nuevo, como al principio, nuestro caminos se habían vuelto a cruzar, llamémoslo destino o azar, según os plazca.

Recuperamos el tiempo perdido pero ella tenía que volver a su puesto de trabajo como dependienta en una tienda de ropa juvenil y yo deseaba ver a mi familia asi que la pedí, casi la supliqué que quedasemos antes de que regresase a Inverness. Ella aceptó sin demasiados miramientos y, por primera vez en toda la tarde, una agradable sonrisa se dibujó en su preciosa cara.

Nos volvimos a ver, dos días después, en el aeropuerto, pocas horas antes de que me tocase volver. La invité, como todas las veces que quedamos, a una cerveza con limón en un bar de Villanubla.

Era como antes, todo volvía a ser igual, las mismas sensaciones, las mismas risas, las mismas conversaciones. Y, sin darme cuenta deslicé mi mano derecha hacia mi maleta. Inconscientemente veía que me quedaba poco tiempo y que tenía que facturar las maletas...

Ella se percató del leve movimiento de mi diestra y empezó a dejar de sonreir, se dió cuenta de que me iba, esta vez iba a ser yo quien la dejase, nuestros caminos se desunirían otra vez.

Me agobié solo de pensar en eso, en que quizás haber coincidido en el paso de cebra del centro comercial había sido una suerte, pero que volverla a ver, sin querer, cuando regresase de Inverness para las vacaciones de Navidad, sería, prácticamente un milagro.

Y, con un nudo en la garganta, me atreví a decirla lo que me llevaba seis años rondando por la cabeza. Tragué saliva y...

"Te quiero" la dije " te quiero desde que te vi bajar de la moto en aquella parada de autobus, te amo desesperadamente desde que te quitaste tu casco rosa aquella tarde, deseo estar contigo para siempre desde que tu mirada coincidió con la mía y te acercaste..."

Lentamente, mi voz se fue suavizando hasta desaparecer y los sentimientos encerrados desde ya hacía más de un lustro hicieron que empezase a llorar, que empezase a llorar lágrimas de soledad...

Me cogió la mano que tenía apoyada en aquella fría mesa metálica y sin querer.... empezó ella también a llorar.

" Cuando me di cuenta de mi error, cuando Lucas me abandonó" respiró hondo y trató de continuar "Cuando me di de bruces contra la cruda realidad, empecé a tener pesadillas cada noche, a no poder dormir y hacer de cada noche un infierno. Te recordaba y anhelaba volverte a ver, soñaba que un día, cuando aparcase mi moto enfrente de la parada del autobús, allí estuvieses tú, con tus papeles, con tu sonrisa, con tu mirada siempre fija en mí." Cogió aire, tratando de recuperarse de la llorera y se enjugó las lágrimas con un pañuelo blanco de papel, tras una breve pausa retomó la conversación.

" No te vayas, ahora la que te lo suplico soy yo" me miró y me apretó con fuerza la mano "Quedaté conmigo aquí en Valladolid, juntos, para siempre... "

Mi avión hacia Inverness despegó una hora más tarde. Había dejado mi abultada maleta en Facturación. Guardé el equipaje de mano en el compartimento superior, aunque cogí con delicadeza unos folios plegados escritos de mi puño y letra.

Y me senté en mi asiento, con mis apuntes en mi mano derecha, mi sonrisa, aún si cabe más amplia que habitualmente y mi mirada fija en ella, en mi compañera de viaje....

Despegamos rumbo a Inverness, a las tierras altas escocesas, partimos juntos para jamás volvernos a separar...

Dani Rivera

¿ Spiderman ? ¿ Superman ? ¿ Batman ? No, que va, los verdaderos héroes de la vida real no visten trajes llamativos y ni siquiera tienen superpoderes. Los que de verdad, de verdad, escriben la historia son gente normal, personas anónimas que hacen lo que se debe hacer en el momento adecuado y tratan de dar lo mejor de ellos mismos.

Cualquier persona que consigue levantarse de la cama, aunque lo último que quiera en su triste vida es hacerlo, porque un día perdió la ilusión y por desgracia no la logró encontrar, cualquier persona que vive su vida pensando en los demás, cualquier policía, bombero o médico, cualquier voluntario que pasa su vida ayudando a los niños en África, los propios chavales africanos... Héroes que pasan desapercibidos, a los que no les enfocan con una cámara de televisión, aunque sin ellos, esta ya de por sí, triste vida, sería aún más gris.

Esta es la historia de uno de esos chicos. Una persona normal que viste playeras y vaqueros.

Llevaba dos años saliendo con aquella chica. Era todo lo que siempre había deseado tener, era su mejor amiga, su novia, su confidente y la guardiana de sus secretos.

Era una tarde fría de invierno. El sol no había conseguido abrirse paso entre las nubes durante todo el día y una suave y casi imperceptible neblina se había instalado en aquella ciudad. Comenzaba a llover cuando se despidieron, habían pasado todo el día juntos porque restaban pocos días para Navidad y tenían mucho tiempo libre los dos para pasarlo juntos.

Aquellos días estaban rodeados de un aura muy especial. El ambiente que solo se respira cuando queda menos de tres días para Nochebuena, las luces, los árboles, toda la parafernalia digna de los últimos días del año.

Habían comido juntos en su restaurante preferido, un italiano de la última planta de un centro comercial. Un día perfecto, sobre todo, porque él lo había pasado junto a ella y ella junto a él.

Y la besó en sus labios rojizos, aquellos que tantas veces había anhelado cuando estaba lejos, sin importarle que el pintalabios se los dejara tatuados con carmín. Y la dejó allí, iba a cruzar aquel paso de cebra, la carretera estaba mojada por las primeras gotas que habían caído.

Espero a que el semáforo se pusiese en verde y él, cruzado de brazos, también aguardo a que se perdiese entre los edificios de aquella calle, esperaba a verla cruzar y contemplarla una última vez en aquel lluvioso día.

Ella se giró cuando vió que aquel muñeco verde, que andaba siempre pero que nunca llegaba a ningún sitio, y levantó su mano derecha y el viento, el juguetón viento hizo que ella se despeinase y su diestra se fue, con celeridad, hacia sus labios, lanzandole un beso. Él sonrió, como solo hace un "estúpido" enamorado, embelesado y cegado por su novia.

Y lo vió... y rápidamente su sonrisa se fue transformando en una extraña mueca de peligro. Un destello verde, un coche derrapando a pocos metros de aquel fatídico paso de cebra... Y corrió... corrió hacia ella, hacia lo que más le importaba en este mundo...Ella estaba a escasos pasos de la acera, pero justamente, situada en la trayectoria de aquel Opel Corsa.

Y saltó, saltó como si su propio miedo le persiguiese... Consiguió darla un empujón, a ella, a la persona a la que más quería...

Y rodó hasta la acera, dándose un golpe en el hombro, pero ¿ahora que importaba un simple golpe cuando te estás jugando la vida?

Unas décimas le separaron de la vida... Unos escasos segundos en los que se convirtió en un héroe. Falleció un par de minutos antes de que la ambulancia llegase a aquel paso de cebra, el coche le arrolló, pero murió acompañado, al lado de su chica.

"¿ Estás bien?" la preguntó susurrando.
Ella se llevó la mano a su maltrecho y dolorido hombro.
" Sí..." Lloró... quizás sabía lo que el destino le deparaba a su "amor".
" Entonces.." el chico intentaba hablar, pero cada vez le costaba más, era demasiado esfuerzo... "Entonces" repitió "seré feliz, sabiendo que estás bien..." Cogió aire, suspiró y esbozó una sonrisa " Espero que siempre sepas que te querré... esté donde esté "

Y su luz se apagó, pero una pequeña llama inmortal se encendió... En el Olimpo de los Héroes Desconocidos...

Dani Rivera.
La luna ya se esconde tras aquel lejano horizonte. Los primeros rayos inauguran una fría mañana de septiembre. Otra noche de fiesta y el sol me encuentra donde me encontró ayer, tumbado entre la hierba de un extenso parque, rodeado de unos árboles que me esconden de nadie. Creo que tengo vergüenza, pero no sé de qué.

Estoy solo, preguntándome por qué estoy allí, que he hecho toda la noche e intento buscar pruebas que me ayuden a recordar. Hay una botella a pocos metros de mi pie derecho “Genial” pensé “de nuevo he vuelto a recaer.” En mi brazo derecho llevo tatuado una larga serie de números, escritos con un rotulador de tinta negra, por alguien que, guiándome por los corazones del final, debía ser una chica. Me aventuro a pensar que es un número de teléfono, algo lógico cuando comienza por el 6. “Genial” volví a pensar “definitivamente he vuelto a recaer.”

Desde hace tiempo, estoy perdido, inmerso en maremágnum de alcohol y chicas, cóctel fatal del que quiero, pero no puedo, salir. Sé que no soy un buen chico, que no soy lo que las chicas esperan de mí o lo que andan buscando, y en el fondo, yo también quiero salir de esta absurda dinámica, no quiero más chicas, más bebidas, no quiero no recordar lo que hice ayer, cometer errores una y otra vez y hacer daño cada día a una mujer.

Pasó tiempo, mucho tiempo, años y años y por suerte cambié. Recuerdo que tenía o que creía tener amigos en aquel mundo tan parecido al infierno, algunos murieron por culpa de una sobredosis, por culpa de mezclar alcohol y conducción, por culpa del “ A mí no me pasa eso” o acabaron arruinando la vida a una de las miles de chicas con las que tenían una relación esporádica de una noche.

Tenía veintidós años, era más consciente de lo que era casi cinco años atrás, me sentía bien, pero... No conseguía encontrarla, tenía la certeza de que andaba por allí, de que en algún lugar de aquella ciudad me estaba esperando, de que todas las noches pensaba en mí aún sin conocerme, de qué ella me necesitaba aunque ni supiese ni mi nombre...

Muchas fueron las veces que creí encontrarla, fueron tantas las chicas, fueron tantos los errores, las lágrimas y las desilusiones... Ahora, si me siento a pensar, creo que estaba cegado, cegado por la necesidad de encontrarla cuanto antes, de que cada vez que una chica me mirase en una discoteca el corazón se me acelerase pensando que sería ella, estaba harto de que, inconscientemente, cada mujer que venía de frente por cualquier calle, cada mujer que me sonreía, cada guiño, cada sonrisa, me hiciera creer en algo en lo que ni yo mismo creía.

Pensaba que todos los sábados eran el día en el que la conocería y que, a partir de ahí, jamás volveríamos a separarnos, pero, cada vez que me ocurría eso, la vida me recordaba cruelmente que yo era un estúpido, un simple enamorado de la propia idea del amor, un caminante por el desierto que ve un espejismo a lo lejos...

Aquellos años transcurrieron entre el amor y el desamor, entre el olvido y el recuerdo, entre la ansiedad por encontrarla y el amargo sabor de la desilusión.

Fueron tantas las recaídas, las veces que me desperté con alguien a mi lado, con una chica o con mi amigo el alcohol. Muchas veces me dí cuenta de que ahogar las penas entre litros de ron, no sirve de nada, pero cada poco tiempo me topaba con la realidad y comenzaba el día en un hermoso parque, tirado, con la ropa sucia, pero también, mi alma.

Ahora tengo veinticinco años y sigo como estaba antes, sigo sintiendo lo que sentía cuando era un crío que no sabía diferenciar cuando era la hora de empezar y cuando era mejor terminar y aún estoy sin nadie a mi lado. Aprendí a no agobiarme, asumí que debía esperar pero aún así, cada vez que veía a una pareja besándose, cada vez que me topaba de frente con un corazón tatuado en la corteza de un árbol o con un misterioso candado en un puente, anhelaba estar enamorado, ser como ellos, pero aprendí a convivir con el dolor que me producía siempre ver aquello.

Y si ahora algo me sostiene es el imaginarme el día en el que te encontraré. ¿Vendrás de frente en una estrecha calle del centro? ¿Entrarás en una discoteca en el oportuno momento? Me resigné a esperar y a que el caprichoso destino te condujese hacia mí, y si ahora vivo es porque algo me dice que ese anhelado día llegará.

Dani Rivera.